INICIACION ANTIGUA Y MODERNA

INICIACION ANTIGUA Y MODERNA
AUTOR: MAX HEINDEL

lunes, 15 de marzo de 2010

LA LUNA NUEVA Y LA INICIACIÓN - en you tube -


CAPITULO VI
LA LUNA NUEVA Y LA INICIACIÓN

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Cuando el candidato entraba por la puerta oriental del Templo en busca de luz, se encontraba inmediatamente con el fuego del Altar de las Ofrendas y Sacrificios, el cual despedía una mortecina luz y envuelta en nubes de humo. Entonces se hallaba en el estado espiritual obscurecido del hombre ordinario; le faltaba la luz dentro y, por lo tanto, era necesario darle alguna luz externa. Pero cuando hubo llegado a aquel punto en que estaba dispuesto para penetrar en el oscuro Cuarto del Oeste, se suponía que ya había desarrollado el luminoso cuerpo del alma por sus servicios prestados a la humanidad. Entonces, pues, se presumía que tenía la luz dentro de él mismo, "esa luz que ilumina y enciende todo hombre", pues a menos que se posea, no se puede penetrar en el oscuro departamento del Templo.

Lo que sucede secretamente en el Templo se señala abiertamente en los Cielos. Del modo en que la Luna aumenta su luz atraída del Sol durante su paso de la fase de nueva a llena, asimismo, el hombre que recorre el sendero de la Santidad, por el uso de sus oportunidades favorables que ha tenido durante el tiempo de su estancia en el Cuarto del este, empleándolas para prestar un servicio desinteresado y altruista a sus semejantes, reúne y junta materiales, con los cuales construye su luminoso "traje nupcial", y esos materiales se amalgaman mejor en las noches de Luna llena.  Pero, viceversa, del mismo modo que la Luna gradualmente pierde la, acumulada luz y acerca al Sol con objeto de volver a empezar un nuevo ciclo con la fase de otra Luna nueva, así también, con arreglo a la ley de analogía, aquellos que han amontonado sus tesoros depositándolos en el cielo mediante sus buenas obras y actos de servicio hacia los demás, se hallan en tal momento del mes más cercanos a su Origen y a su Hacedor, el Fuego del Padre en las esferas superiores, que en cualquier otro instante. Del modo en que los grandes Salvadores de la humanidad nacen en el solsticio del invierno en la noche más larga y más obscura del año, así también el proceso de la Iniciación que brinda el nacimiento en el mundo invisible a alguno de los pequeños Salvadores, los Auxiliares invisibles, se efectúa más fácilmente en la noche más clara y obscura del mes, esto es, la noche de la Luna nueva, cuando este satélite se halla en la parte más extrema occidental de nuestro hemisferio.

Todo desarrollo oculto da comienzo en el cuerpo vital, y la nota-clave de este vehículo es la de "repetición". Para aprovecharnos al máximum de un asunto cualquiera, es necesaria la repetición.

Con objeto de comprender el consummatum final al cual nos hemos ido acercando con todo lo dicho, dirijamos nuestras miradas por último, desde otro ángulo de visión a las tres clases de fuego que había dentro del Templo.

Cerca de la entrada oriental del mismo se hallaba el Altar de las Ofrendas. De aquel Altar salía constantemente humo producido por los cuerpos inmolados y que después se quemaban, y la columna de humo se veía desde lejos por la muchedumbre que no tenía instrucción alguna acerca de los internos misterios de la vida. La llama, esto es, la luz, que ocultaba y envolvía aquella nube de humo, era, en el mejor de los casos, percibida muy confusamente. Esto nos indica que la gran mayoría de la humanidad aprende principalmente por las leyes inmutables de la Naturaleza, las cuales exigen por su enseñanza un sacrificio, tanto si se sabe como si se ignora. Así como la llama de la purificación era entonces alimenta da por los cuerpos más bajos y groseramente construidos de los animales sacrificados, exigidos con arreglo a la ley de Moisés, del mismo modo, hoy en día, las masas más bajas y pasionales. de la humanidad son mantenidas a la raya por el miedo al castigo de la ley en este mundo, más bien que por el temor o aprensión de lo que las pueda sobrevenir en el otro.

 Una luz de diferente naturaleza era la que brillaba en el Cuarto oriental del Tabernáculo. En lugar de extraer su nutrimento de la carne bruta y pasional de los animales sacrificados, era alimentada por aceite de oliva extraído del reino vegetal, el cual es casto y sin pasiones. Además, la llama que salía de las luces del Candelabro no se hallaba envuelta en humo, sino que era clara y brillante, de modo que pudiera iluminar el aposento y guiar a los sacerdotes, que eran los servidores del Templo, en sus oficios y ministerio. Los sacerdotes se esforzaban para trabajar en armonía con el plan divino, y por lo tanto, ellos vetan la luz más claramente que la descuidada e ignara multitud. Hoy también la luz mística brilla para todos aquellos que anhelan y se esfuerzan para aquellos discípulos que han prometido su alianza a alguna Escuela de Misterios tal como la Orden Rosacruz. Todos ellos están caminando por una luz que no es vista por la multitud, y sí realmente están sirviendo, esto es, sacrificándose a sí mismos, tendrán la verdadera guía de los Hermanos Mayores de la humanidad, quienes están siempre dispuestos a ayudarles cuando se les presenten los puntos difíciles peligrosos del Camino. 

Pero el fuego más sagrado de todos tres era la Gloria del Shekinah, que, como ya sabemos, se hallaba en el Cuarto occidental del Tabernáculo y encima de la Silla de Misericordia. Como quiera que este departamento se hallaba en tinieblas, deduciremos que el fuego de la Gloria del Shekínah era un fuego invisible, esto es, una luz procedente de otro mundo. 

Ahora nótese esto; el fuego que estaba envuelto entre humo y llama sobre el Altar de las Ofrendas, que consumía los sacrificios ofrecidos por la expiación de los pecados cometidos contra la ley, era el símbolo del Legislador, de Jehová; debiendo recordar que la ley se dio para llevarnos a Cristo. La luz clara y brillante que brillaba en el departamento del Servicio, esto es, el Cuarto oriental del Tabernáculo, es el halo amarillo de oro de la luz de Cristo, que guía a todos aquellos que se esfuerzan en imitarle y seguir sus pasos por el sendero del sacrificio altruista y bienhechor. 

Así como Cristo dijo "Yo voy a mí Padre", cuando se aproximaba la hora de ser crucificado, así también al Servidor de la Cruz, que ha aprovechado diligentemente todas las oportunidades de hacer bien que se le han presentado en su camino en este mundo visible, se le permite la entrada en la gloria del Fuego del Padre, la invisible Gloria del Shekinah. Entonces cesa de ver a través del cristal obscurecido de su cuerpo, y contempla cara a cara a su Padre en los planos invisibles de la Naturaleza.


El campanario de las iglesias es muy ancho en su base, pero gradualmente va estrechándose, hasta que en su cúspide es solamente más y más, un punto con la cruz sobre él. Del mismo modo pasa por el sendero de la santidad, al principio hay muchas cosas que pueden ser permitidas y toleradas, pero a medida -que se avanza por él, una después de otra, todas aquellas digresiones primeras deben ser eliminadas y el que lo recorre debe dedicarse cada vez con más abnegación y exclusividad al servicio de la santidad. Por último, llega un punto en este Camino que es tan afilado y agudo como el filo de una hoja de afeitar, y entonces únicamente podemos agarrarnos a la cruz. Pero cuando hemos alcanzado tal punto, cuando podemos andar y recorrer esa parte, la más angosta de todo el camino, entonces también estarnos preparados para seguir a Cristo en el más allá y servir allí con la misma diligencia que hemos servido y trabajado aquí.


De modo que aquel antiguo símbolo representaba a la vez las pruebas y el triunfo del sirviente fiel, y aunque ha sido derogado por otros símbolos más grandiosos que envuelven un ideal mayor Y una mayor promesa, los principios básicos incorporados en aquel primero, son tan válidos hoy como lo fueron siempre.


En el Altar de las Ofrendas vemos claramente la nauseabunda naturaleza del pecado y de la necesidad, por consiguiente, de su expiación y de la justificación.


Por el Mar Fundido todavía se nos enseña que debernos vivir una vida de santidad y de consagración sin mácula alguna. 

Del Cuarto oriental podemos sacar la enseñanza hoy en día del modo en que debernos hacer uso diligentemente de nuestras oportunidades para cultivar el grano dorado del servicio altruista y hacer ese "pan de vida" que alimenta el alma, el Cristo interno. 

Y cuando hayamos subido los escalones de la Justificación, Consagración y Abnegación personal, llegaremos al Cuarto del Oeste, el cual es el umbral de la Liberación. De este departamento pasa el candidato a planos más amplios donde puede alcanzarse un mayor desarrollo y desenvolvimiento del alma.


Pero aunque ese antiguo Templo se levante no lejos de los planos en donde los israelitas errantes levantaron sus campamentos en el lejano pasado, puede servir de un factor más potente para el desarrollo del alma de cualquier aspirante del día, que lo fue para los antiguos israelitas, con tal de que lo construya con arreglo al modelo adecuado. No hay que lamentarse de la falta de oro cuyo empleo podría servir para el desastre de alguno, pues hoy el real Tabernáculo debe ser construido en el Ciclo y el Cielo está dentro de todo hombre. Para construir bien y realmente con arreglo a las reglas del antiguo artesano de la Masonería mística, el aspirante primeramente debe aprender a construir dentro de él el altar con sus sacrificios, y luego debe "velar y orar" mientras pacientemente aguarda por el fuego divino que consuma su ofrenda. A continuación debe bañarse con sus lágrimas de contrición hasta que haya lavado toda mácula de pecado. Mientras tanto debe mantener llena la lámpara de la guía divina de modo que pueda percibir cómo, dónde y cuándo servir; debe trabajar vigorosamente para tener abundante "pan de proposición", y el incienso de la aspiración y de la oración debe estar siempre en su corazón y en sus labios. Entonces el Yom Kippur, el Gran Día de la Propiciación, le encontrará seguramente dispuesto para ir a su Padre y aprender mejor a auxiliar y ayudar a sus hermanos menores para que asciendan por el Sendero.

del libro "Iniciación Antigua y Moderna", de Max Heindel


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