INICIACION ANTIGUA Y MODERNA

INICIACION ANTIGUA Y MODERNA
AUTOR: MAX HEINDEL

lunes, 15 de marzo de 2010

LA ULTIMA CENA Y EL LAVATORIO DE PIES - en you tube -


CAPITULO V
LA ULTIMA CENA Y EL LAVATORIO DE PIES

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En los Evangelios, donde se relatan las escenas de la Iniciación del Cristiano místico, se nos dice que en la noche en que Cristo participó de la Ultima Cena con sus Discípulos, cuyo ministerio externo terminaba en aquel momento, se levantó de la mesa y ciñéndose una toalla, puso agua en una vasija y comenzó a lavar los pies a los doce discípulos; un acto del más humilde servicio, pero motivado por una razón oculta muy importante. 

Muy pocos son los que se dan cuenta de que cuando nos encumbramos en la escala de la evolución, lo podemos efectuar gracias a apoyarnos en los hombros de nuestros hermanos más débiles por su atraso, consciente o inconscientemente les estrujamos y utilizamos como puntos de apoyo para saltar hacía lugares más altos y alcanzar nuestros fines. Este aserto tiene la misma realidad y se efectúa en todos los reinos de la Naturaleza.

Cuando una oleada de vida ha llegado hasta el nadir de la involución y se ha incrustado en la forma mineras, es inmediatamente prendida por otra oleada de vida ligeramente más elevada, la que toma los cristales minerales desintegrados y los adapta a sus propios fines como cristaloides, y los asimila como parte de una forma del vegetal. Si no hubiera minerales sobre los cuales prendiera y se agarrase esta oleada del reino vegetal, desintegrándolos y transformándolos, la vida de las plantas sería un imposible. Asimismo, las formas de la planta son utilizados por muchas especies de animales, masticadas por ellos hasta formar una pasta, la que es engullida, con lo que se la hace que sirva de alimento a este reino de la Naturaleza más elevado. Sí no hubiera plantas, los animales no podrían existir, y el mismo principio puede aplicarse a la evolución espiritual, pues sí no hubiera discípulos que se hallaran en los primeros peldaños de la escala del conocimiento, requiriendo, por lo tanto, quienes les instruyan, no habría necesidad de tal instructor o maestro. Pero aquí hay una diferencia muy importante. El maestro se eleva por la instrucción que da a sus alumnos y por servirles. Apoyándose en sus hombros él salta a un peldaño más alto de la escala del conocimiento. Esto es, se eleva a sí mismo, al elevarles a ellos, pero, no obstante, adquiere con ellos una deuda de gratitud, la cual se reconoce y satisface simbólicamente por el lavatorio de pies; un acto de humilde servicio hacia aquellos quienes le han servido. 

Cuando concibamos que la Naturaleza, la cual es la expresión de Dios, está continuamente haciendo esfuerzos para crear y para dar la vida, también podemos comprender que cualquiera que mata a otro o quita la vida a alguna cosa, por pequeña que sea y aparentemente insignificante, ejecuta un acto que, en tal radio de acción, altera y perturba los
propósitos del plan divino de creación. Esto se aplica especialmente al aspirante a la vida superior, y por lo tanto, Cristo exhortó a sus discípulos a "que fueran astutos como las serpientes y sencillos como las palomas." Pero no importa cuán sincero sea nuestro deseo de seguir el precepto de la inofensividad, nuestras tendencias y necesidades constitucionales nos obligan a matar en cada momento de nuestras vidas para poder vivir, y no es solamente en las grandes cosas en las que estamos constantemente cometiendo asesinatos. Fue relativamente fácil para el alma investigadora simbolizada por Parsifal el romper su arco con el cual había arrojado la flecha que mató al cisne de los Caballeros del Grial, una vez que éstos le explicaron el mal, que había hecho y el error en que había incurrido.

Desde aquel momento, Parsifal quedaba inclinado a vivir una vida inofensiva, por lo, que respectaba a las cosas grandes. Todos los aspirantes sinceros le siguen prontamente en tal dirección, una vez que ha llegado a su convencimiento cuán contrario es para el desarrollo del alma la práctica de comer alimentos que requieren la muerte de un animal.

Pero aun el más noble y gentil de los hombres se halla constantemente envenenando a todos aquellos que están a su alrededor por medio de su respiración y es envenenado a su vez por ellos, pues todos exhalarnos el venenoso y mortífero dióxido de carbono, y somos, por lo tanto, un peligro los unos para los otros. No se trata de una idea extravagante; es, por lo contrario, un peligro muy real, el cual se hará mucho más evidente y se pondrá mucho más de manifiesto con el transcurso de los tiempos, y cuando la humanidad se haya hecho más sensitiva. En un submarino sumergido o bajo condiciones semejantes, donde haya un conjunto de hombres reunidos, el dióxido de carbono exhalado por ellos, rápidamente hace que la atmósfera de aquel lugar sea impropia para sustentar la vida.

Se sabe de un caso ocurrido en la India, donde fueron encerrados en un pequeñísimo cuarto varios prisioneros ingleses, cuyo cuarto tenía solamente una pequeña abertura para renovar el aire. En un corto espacio de tiempo el oxígeno se consumió, y los pobres prisioneros empezaron a luchar entre sí como bestias con objeto de poder ocupar el punto cercano a la entrada de aire, y lucharon hasta que casi todos ellos murieron tanto por la lucha como por la asfixia.

El mismo principio se veía en el antiguo Testamento de Misterios atlante, el Tabernáculo en el Desierto, donde había un olor nauseabundo y un humo sofocante que se elevaba del Altar de las Ofrendas y de los Sacrificios, en donde eran consumidos por el fuego los cuerpos de los animales inmolados como víctimas involuntarias por los pecados cometidos por aquellos que las ofrecían, cuerpos que estaban cargados de substancias venenosas, y donde vemos que la luz (la llama) se percibía muy confusamente por el impedimento del humo que la envolvía. Esto podemos contrastarlo con la luz que emanaba clara y brillante de las siete lámparas del Candelabro de Siete Brazos, las cuales eran alimentadas con aceite de oliva, el cual procede del casto reino vegetal, y donde también el humo del incienso que simboliza el servicio voluntariamente prestado de los devotos sacerdotes, se elevaba hacía el cielo como una dulce y suave fragancia. Se nos ha dicho en muchos lugares que tal fragancia y olor del incienso era placentero a la Deidad, mientras que la sangre de las víctimas involuntarias, los toros y las cabras, era motivo de dolor y de disgusto para Dios, quien se deleita más con el sacrificio de la oración, lo cual favorece al devoto y no daría a nadie.

Se ha manifestado con referencia a algunos santos que despedían de sí un suave y dulce olor, y como hemos tenido ocasión a menudo de decir, esto no es un cuento sin fundamento, sino que es un hecho oculto. La gran mayoría de la humanidad inhala durante todos los momentos de su vida el vitalizado oxígeno contenido en el aire que respiramos. En cada espiración exhalamos una cantidad. de dióxido de carbono, lo cual es un veneno mortífero, y que ciertamente viciaría el aire con el tiempo, si la pura y casta planta no inhalara este veneno, utilizando una parte de ello para construir organismos que duran muchos cientos o quizá millares de años, como, por ejemplo, los pinos gigantescos de California, devolviéndonos el resto en forma de oxígeno puro, que nos es necesario a nosotros para vivir.

Estos organismos carboníferos del reino vegetal, mediante un cierto proceso ulterior de la Naturaleza en el pasado estuvieron convertidos en minerales en forma de piedra en lugar de
desintegrarse. Podemos verlos hoy en forma de carbón, la Piedra filosofal perecedera hecha por medios naturales en el laboratorio de la naturaleza. Pero la piedra filosofal puede también ser hecha artificialmente por el hombre en su propio cuerpo. Debe entenderse bien de una vez para siempre, que la piedra filosofal no se hace en un laboratorio químico externo sino que el cuerpo mismo es el taller del Espíritu el cual contiene todos los elementos necesarios para producir el elixir de vida, y que la piedra filosofal no es cosa exterior al cuerpo sino que es el propio alquimista lo que se convierte en piedra filosofal. La sal, el azufre y el mercurio contenidos emblemáticamente en los tres segmentos del cordón espinal, que controlan los nervios simpáticos, motores y sensoriales, y que son manipulados por el espíritu de fuego espinal de neptuno constituir los elementos esenciales en este proceso alquímico.

No es necesario ningún argumento para probar que el abuso de la sensualidad y el entregarse a una vida de brutalidad y bestialismo, hace que el cuerpo degenere. Por el contrario, la devoción hacía la Divinidad, una actitud de oración continua, un sentimiento de amor y compasión por todo lo que vive y se mueve, la emisión de pensamientos amorosos hacia todos los seres y los que inevitablemente se reciben en cambio, todo esto, invariablemente, surte el efecto de refinar y de espiritualizar la naturaleza humana. 

Nosotros decimos de una persona de tal suerte, que respira e irradia amor, una expresión que define muy adecuadamente el hecho exacto y verídico que la mayoría de las personas notan, pues se ha observado muy bien que el porcentaje de veneno contenido en la respiración de una individuo está en proporción exacta a la inclinación perversa existente en su naturaleza y en su vida interna y en los pensamientos que emite. El yogui indio hace la práctica de encerrar al candidato. a cierto grado de Iniciación dentro de una cueva: u hoyo que no es mucho mayor que el cuerpo, en el cual debe permanecer durante una serie de semanas respirando el mismo aire una y otra vez, para demostrarle prácticamente que ha cesado de exhalar el mortífero dióxido de carbono, empezando, por lo tanto, a construir de ello su propio cuerpo. 

La Piedra Filosofal, pues, no es un cuerpo de la misma naturaleza que la planta, aunque es puro y casto, sino que se trata de un cuerpo celestial, tal como al que San Pablo hace referencia en el capítulo 5 de su segunda Carta a los corintios, esto es, un cuerpo que se hace inmortal, al igual que una piedra preciosa como el diamante o el rubí. No es duro e inflexible como el mineral; se trata de un diamante o rubí blando, y por medio de los actos de la clase o naturaleza que hemos dicho, el Cristiano místico construye este cuerpo, aunque probablemente se halla inconsciente de ello durante largo tiempo. Cuando ha llegado a este grado de santidad, no es necesario el que ejecute el lavatorio de pies literalmente, por lo que concierne al discípulo que le ayuda a elevarse, sino que sentirá siempre una gran gratitud, simbolizada por aquel acto, hacia aquellos que él tiene la fortuna de atraer hacia sí como sus discípulos y hacia quienes pueda dar el pan de vida que les nutre y les conduce a la inmortalidad. 

Los lectores comprenderán que esto es una parte del proceso que oportunamente culmina en la Transfiguración, pero también debe tenerse en cuenta que en la Iniciación Cristiana mística no hay grados fijos o definidos. El candidato aspira a llegar hasta Cristo como el autor y terminador de su fe, y anhela imitarle y seguir sus pasos durante todos los momentos de su existencia. De modo que todos los diversos estados que estamos considerando se alcanzan por el proceso del desarrollo del alma, que simultáneamente le llevan a puntos más elevados de todos estos grados que ahora estarnos analizando. 

En este respecto, la Iniciación Cristiana mística difiere radicalmente del proceso ahora en boga entre los Rosacruces, en el cual se considera indispensable que el aspirante tenga entendimiento y comprensión de aquello que se le prepara. Pero llega un momento en que el Cristiano místico debe comprender y saber el sendero que debe recorrer, y esto es lo que constituye el Getsemaní, que estudiaremos en el capítulo próximo.

del libro "Iniciación Antigua y Moderna", de Max Heindel


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