CAPITULO VII
LAS " ESTIGMATAS" Y LA CRUCIFIXIÓN
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Según dijimos al principio de estos trabajos, la Iniciación Cristiana mística difiere radical mente de la Iniciación oculta pasada por aquellos que se acercan al Camino por el lado intelectual.
Pero todos los Caminos convergen en el Getsemaní, donde el candidato a la Iniciación queda saturado con el dolor que florece y se transmuta en compasión, un vivísimo amor maternal que tiene un solo deseo que absorbe todo lo demás: el de sacrificarse él mismo para aliviar todos los males del mundo; el de salvar y socorrer a todos aquellos que son débiles y llevan mucha carga, el de confortarles y proporcionarles descanso. En tal punto, los ojos del Cristiano místico se abren a la completa realización y concepción de las miserias del mundo y de su misión como un Salvador; y el ocultista encuentra también allí el corazón del amor, que es, lo que únicamente puede dar gusto, celo y ardor en la lucha. Por la unión de la mente y del corazón ambos están dispuestos para dar el siguiente paso, el cual comprende la manifestación de las "estígmatas", que es una preparación necesaria para la muerte y resurrección místicas. La narración de los Evangelios acerca de las "estígmatas" se contiene en las siguientes palabras, cuya escena preliminar ocurre en el huerto de Getsemaní:
"Judas, habiéndosele dado una compañía de soldados y de oficiales por el Príncipe de los Sacerdotes y fariseos, vino con ellos llevando linternas, antorchas y armas. Jesús, pues, sabiendo todas las cosas que habían de ocurrir, salió a su encuentro y les dijo: ¿A quién buscáis? Y ellos contestaron:'A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo entonces: Yo soy... Entonces la compañía de soldados y el capitán y los oficiales de los judíos se apoderaron de Jesús, le maniataron y le llevaron primeramente ante la presencia de Anás... El gran sacerdote entonces le preguntó acerca de sus discípulos y de su doctrina, a lo que contestó Jesús: Yo he hablado claramente al mundo... ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a todos los que me han oído las cosas que yo les he dicho, y verás cómo ellos saben lo que yo he dicho. Entonces Anás le envío atado a casa de Caífás, el gran sacerdote... y los hombres aquellos llevaron a Jesús de la presencia de Caifás a la Sala del Juicio. . .
"Pilatos preguntó a los que llevaban prendido a Jesús: ¿Qué acusación tenéis que hacer en contra de este hombre? A lo que le contestaron: Si no fuera un malhechor, no le hubiéramos traído a tí... Entonces Pilatos entró en la Sala del Juicio otra vez, y llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?... Mí reino no es de este mundo; pues si mí reino fuera de este mundo, es claro que mis soldados hubieran luchado por mí y no hubieran permitido que yo fuera entregado a los judíos, pero ahora mi reinado no está lejos. Pilatos le dijo entonces: ¿Eres tú, pues, un rey? Jesús contestó: Tú lo has dicho, yo soy un Rey. Para este fin nací, y por esta causa vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz. Pilatos le preguntó: ¿Y qué es la verdad?... Entonces Pilatos salió fuera otra vez y dijo a los judíos: Yo no encuentro ningún crimen en él. Pero como hay la costumbre de que se os ponga en libertad un preso por la Pascua, ¿queréis, pues que os suelte a vuestro rey? Entonces gritaron todos a una: No a ése, sino a Barrabás. Hay que saber que Barrabás era un ladrón. Pilatos ante esto tomó a Jesús y le azoto. Y los soldados hicieron una corona de espinas y se la pusieron en su cabeza, y también le pusieron un manto grana e hincando una rodilla en tierra le saludaban en son de mofa, diciendo: ¡Salve, rey de los judíos!, y dábanle de bofetadas.
"Pilatos volvió a salir otra vez y les dijo: Ved que aquí os lo vuelvo a traer para que sepáis que no hallo falta alguna en él. Entonces salió Jesús llevando sobre sus sienes la corona de espinas y sobre sus hombros el manto de púrpura. Y Pilatos les dijo: ¡Ecce homo! Cuando los príncipes de los sacerdotes y los oficiales le vieron, gritaron a una, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale Pilatos, ante esto, les dijo: Tomadle vosotros y crucificadle, pues yo no hallo crimen en él. Los judíos le dijeron: Nosotros tenemos una ley, y según esa ley, debe morir, porque se ha hecho hijo de Dios... Pilatos, al oír esto, pensaba cómo libertarle, pero los judíos volvieron a dar gritos más fuertes, diciendo: Si tú sueltas a este hombre, no eres amigo del César, pues todo aquel que se hace rey, al César contradice... Volvieron a gritar: ¡Afuera con él; afuera con él; crucifícale! Pilatos les dijo: ¿He de crucificar a vuestro rey? A lo que contestó el Príncipe de los sacerdotes: No tenemos rey, sino al César. Entonces Pilatos se lo entregó para que lo crucificaran. Y Jesús, llevando la cruz a cuestas, fue llevado a un lugar llamado de las Calaveras, que en hebreo es Gólgota. Allí le crucificaron y a otros dos con él, uno a cada lado y Jesús en medio. Y Pilatos escribió un letrero que fue puesto en la cruz. Y lo escrito decía: Jesús Nazareno, rey de los judíos."
Aquí tenemos el relato de cómo fueron producidos las "estígmatas" o llagas en el Héroe de los Evangelios, aunque la colocación de ellas no está dicha exactamente, y el proceso está representado en forma narrativa que difiere ampliamente del modo en que realmente sucedieron las cosas. Pero nosotros estamos aquí delante de uno de los misterios que deben permanecer sellados y ocultos para el profano, aunque los hechos místicos subyacentes son tan claros y simples como la luz del Sol para aquellos que los conocen.
El cuerpo físico no es ni con mucho el hombre real. Tangible, sólido y dotado de -vida, como lo vemos, es, realmente, la parte más muerta del ser humano, pues está cristalizado dentro de una matriz de vehículos más finos, que son invisibles para nuestra vista física ordinaria. Si colocamos una vasija con agua en una temperatura helada, el agua pronto se congelará en hielo; y cuando se examina ese hielo, se encuentra que está formado de cristales diminutos innumerables que tienen diversas formas geométricas y líneas de demarcación. Se trata de líneas de fuerza etéreas, las cuales se hallaban presentes en el agua antes de que ésta se congelase. Del mismo modo que el agua se endureció y se moldeó con arreglo a tales líneas, así también nuestros cuerpos físicos se han congelado y solidificado con arreglo a las líneas de fuerza etéreas de nuestro invisible cuerpo vital, el cual durante el curso ordinario de la vida se halla inextricablemente unido al cuerpo físico, despierto o dormido, hasta que la muerte disuelve la ligadura. Pero como la Iniciación implica la liberación del real hombre del cuerpo del pecado y de la muerte, para que de este modo pueda surcar las sutiles esferas del infinito a voluntad y volver a su cuerpo a gusto suyo, es obvio que antes de que esto pueda efectuarse, la entrelazante presa o unión existente entre el cuerpo físico y el vehículo etéreo, cuya unión es extremadamente fuerte y rígida en la humanidad ordinaria, debe disolverse. Como quiera que esa unión es más fuerte e íntima en las palmas de las manos, en los arcos de los pies y en la cabeza, las Escuelas de ocultismo insisten y concentran sus esfuerzos para cortar la conexión en tales puntos, y producir las estigmatas invisiblemente.
Al Cristiano místico le falta el conocimiento del modo en que esto puede hacerse sin que se produzca la manifestación externa. Las estigmatas se desenvuelven en él espontáneamente por su constante contemplación de Cristo y por sus incesantes esfuerzos para imitarle en todas las cosas. Estas estigmatas externas comprenden no solamente las llagas de las manos y de los pies y la del costado, sino también todas aquellas impresas en la cabeza por lo corona de espinas y por las producidas en el resto del cuerpo por la flagelación.
El caso más notable de estígmatizacíón es el que se dice haber ocurrido en el año 1224 a San Francisco de Asís en el monte Albernia. Hallándose absorto en la contemplación de la Pasión de Jesucristo, vio un serafín deslumbrante de fuego aproximársele y llevando entre sus alas la figura del Crucificado. San Francisco se dio cuenta de que en las manos, pies y costado había recibido externamente las marcas de la crucifixión. Tales marcas continuaron subsistiendo dos años más que tardó en morir, y se dice que fueron vistas por muchos testigos oculares, incluso el Papa Alejandro IV.
Los dominicos discutieron el hecho, pero al final reclamaron la misma distinción para Santa Catalina de Sena, cuyas estigmatas se dice que se hacían invisibles a los demás por su propia petición y voluntad. Los franciscanos apelaron a Sixto IV, quien prohibió que se representara a Santa Catalina con las estigmatas. Aun más, el hecho de las estigmatas se recuerda en el Breviario de los Oficios, y Benedicto XIII concedió a los dominicos una fiesta en conmemoración del hecho. Otros, especialmente mujeres, pues ellas tienen positivo el cuerpo vital, se dice que han tenido algunas o todas las estigmatas. La última que fue canonizada por la Iglesia Católica por esta razón fue Verónica Giuliana, en el año 1831. Casos más recientes son los de Ana Catalina Emmerich, que fue una monja de Agnetenberg; la estática María von Moerl de Caldero, Luisa Lateau, cuyas estígmatas se dice que sangraban todos los viernes, y la señora Girlíng, de la comunidad, de Newport Shaker.
Pero tanto si las estigmata son visibles o invisibles, el efecto es el mismo. Las corrientes espirituales generadas en el cuerpo vital de la persona que las recibe son tan poderosas que el cuerpo de la misma puede decirse que es flagelado por ellas, especialmente en la región de la cabeza, donde producen un efecto parecido al de la corona de espinas. Debido a esto finalmente inunda a la persona una completa convicción de que el cuerpo físico es una cruz que está sobrellevando, esto es, una prisión y no el hombre real. Esto le lleva al paso siguiente en su Iniciación, esto es, la crucifixión, que es experimentada por el des envolvimiento de los otros centros de sus manos y pies, con lo que el cuerpo vital queda separado del cuerpo denso.
Hemos dicho ya en la narración anterior tornada del Evangelio, que Pilatos colocó un letrero en la Cruz de Jesucristo que decía: "Jesus Nazarenus Rex Judaeorum", y esto está traducido en la versión autorizada de este modo: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos." Pero, las iniciales INRI colocadas en la cruz significan los nombres de los cuatro elementos en lengua hebrea: Iam, agua; Nour, fuego; Ruach, espíritu o aire vital, y Iabeshab, tierra. Esta es la clave oculta del misterio de la crucifixión, pues simbolizan en primer lugar la sal, azufre, mercurio y ázoe, que fueron empleados por los alquimistas de la antigüedad para construir la Piedra Fílosofal; el disolvente universal, del elixir de Vida. Las dos "íes" de (Iam e Iabeshab), representan el agua salina lunar: a, en un estado fluídíco que contiene sal en solución,- y b , el extracto coagulado de esta agua. la "sal de la tierra"; en otras palabras, los sutiles vehículos fluídícos del hombre y su cuerpo denso. La n (nour) en el hebreo representa el fuego y los elementos combustibles entre los cuales los principales son el azufre y el fósforo, que son tan necesarios para la oxidación, sin la cual la sangre caliente sería un imposible. El Ego, si no fuera por esta condición de calor de la sangre, no podría funcionar en el cuerpo ni hallar un medio de manifestarse materialmente. La r (ruach). es el equivalente en hebreo del espíritu, esto es, el ázoe de los alquimistas, que funciona en la mercurial mente. De modo que las cuatro letras iniciales del letrero colocado por Pilatos en la Cruz de Cristo, con arreglo al Evangelio y que leemos INRI, representan al hombre compuesto, el Pensador, en el punto de su desarrollo espiritual, cuando se está liberando de la cruz de su vehículo denso.
Ampliando algo la dilucidación de este mismo punto, podemos decir que INRI es el símbolo del candidato crucificado, por las siguientes razones complementarias:
Iam, es la palabra hebrea que significa agua, el flúido o elemento lunar que forma la mayor parte del cuerpo humano, es decir, alrededor del 87 %. Esta palabra es también el símbolo de los vehículos fluídicos más sutiles del deseo y de la emoción.
Nour, la palabra hebrea que significa fuego, es una representación alegórica del calor productor de la sangre roja, cargada del marcial producto procedente de Marte, el hierro, que es fuego y energía, al cual el ocultismo lo ve circulando como un gas por las venas y arterias del cuerpo humano, infundiéndole la energía y la ambición, sin lo cual no podría haber ni material ni espiritual progreso. Asimismo representa el azufre y el fósforo, que son necesarios para la manifestación material del pensamiento, como dijimos anteriormente.
Ruach, es el vocablo hebreo para indicar el espíritu o el aire vital, y es un excelente símbolo del Ego envuelto en la mente, influenciada por Mercurio, que es lo que hace al ser humano hombre, y lo que le capacita para gobernar y dirigir sus vehículos corpóreos y sus actividades de una manera racional.
Iabeshab, es la expresión hebrea para significar la tierra, y representa la parte sólida de carne del hombre, y forma el cuerpo terrestre cruciforme, esto es, de forma de una cruz, cristalizado dentro de vehículos más sutiles al nacer y separado de ellos al morir en el curso ordinario de las cosas, o en el acontecimiento extraordinario por el cual aprendemos a morir místicamente y ascender a las gloriosas esferas superiores en momentos determinados.
Este estado del desarrollo espiritual del Cristiano místico, por lo tanto, requiere una reversión de la fuerza creadora o sexual de su curso ordinario hacia abajo, donde generalmente se desperdicia y agota en la satisfacción de pasiones bestiales a una corriente dirigida hacía arriba, a través del triple cordón espinal, cuyos tres segmentos están regidos por la Luna, Marte y Mercurio, respectivamente, y donde los rayos de Neptuno encienden el Fuego regenerador espiritual de la espina dorsal. Esta elevación o ascensión de la fuerza generadora pone en vibración al cuerpo pituitario y a la glándula pineal, abriendo de este modo la vista espiritual del sujeto, y batiendo o percutiendo en el seno o cavidad frontal, da comienzo a los efectos de la corona de espinas, palpitando de dolor cuando la ligazón con el cuerpo físico es consumida por el sagrado Fuego espiritual, que despierta este centro de su milenario letargo, y empezando a latir y a vibrar con vida y que se desparrama hacía los otros centros de la estrella estigmátíca de cinco puntas. Éstos a su vez quedan vitalizados también y todo el vehículo queda encendido y luminoso con una dorada y gloriosa aura. Luego, en un momento oportuno, con un final arranque, el gran vórtice del cuerpo de deseos localizado en el hígado queda en libertad y la energía marciana contenido en tal vehículo impulsa hacía arriba al vehículo sideral (así llamado debido a que las estigmatas de la cabeza, manos y pies están situadas en la misma posición relativa entre sí como lo están los puntos de una estrella de cinco puntas), el cual asciende por medio del cráneo - Gólgota - y entonces el Cristiano crucificado lanza el grito triunfante de: "Consummatum est", y comienza a surcar las sublimes esferas siderales para buscar a Jesús, cuya vida ha imitado con completo éxito y de y de quien desde entonces es campanero inseparable.
Jesús es su Maestro y su Guía hacía el reino de Cristo, donde todos quedaremos unidos en un solo cuerpo para aprender a practicar la Religión del Padre, a quién el reino revertirá oportunamente para que Él pueda ser Todo en Todos.
FIN
del libro "Iniciación Antigua y Moderna", de Max Heindel
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